INTRODUCCION
El arte africano tiene un carácter eminentemente religioso. El arte en África está estrechamente ligado a sus tradiciones. Las tradiciones están profundamente arraigadas en las creencias religiosas. Las religiones están íntimamente animadas por los espíritus de los antepasados. Creo que estas palabras explican claramente el alcance del título su contenido.
No puede hablarse de “arte negro” como se habla de “arte chino” o de “arte italiano”. No es más justo que si se hablara de “arte blanco” o de “arte amarillo”. Sería asociar cierta forma de arte al color de la piel. Por otra parte ha adquirido un sentido si no peyorativo si al menos particular, dada la afición que tuvieron algunos intelectuales y pintores celebres de principios del siglo XX por los objetos de los “negros”, y asociaron a sus obras el término “negro” para significar cierta búsqueda en la abstracción.
El calificativo “negro-africano”, aunque también discutido por algunos, parece más adecuado, ya que asocia las artes del África Negra al medio geográfico y humano que las ha suscitado. Para nosotros, cualquiera que sea el término empleado designa las obras artísticas producidas por el África Negra, principalmente el África Occidental y Central, es decir aquellas zonas edn las que el animismo ha tenido más vigor. Las esculturas, estatuas, máscaras y fetiches forman parte del “arte negro-africano”. Y aunque hay una impronta que las define la multiplicidad de estilos es tan importante como numerosas son las etnias o los clanes dentro de un mismo grupo étnico.
No podemos hablar de arte africano sin referirnos continuamente a los sentimientos religiosos de las sociedades de las que procede. El arte en África, como lo iremos desarrollando a lo largo de estas páginas, no puede comprenderse sin ir, a un mismo tiempo, estudiando las tradiciones, el entorno social y las creencias de sus pueblos. Nuestro gran error a través del siglo veinte ha sido el querer comprenderlo y explicarlo con nuestros criterios y parámetros occidentales. Si queremos, un día, llegar a comprenderlo, deberemos despojarnos humildemente de nuestra “sapiencia”, dejar de lado nuestros prejuicios, dejar de creernos superiores y adentrarnos con la curiosidad y la humildad del neófito en ese mundo desconocido, misterioso unas veces y, otras, con unos valores filosófico-humanísticos tremendamente profundos.
El artista africano es un artesano de las creencias al mismo tiempo que un profundo conocedor de las mismas. No podría esculpir una máscara o una estatua sin haber sido iniciado, no en las técnicas de la escultura, sino en los conocimientos iniciáticos del mundo de los antepasados. Un “bilakoro”, es decir, un no iniciado y por consiguiente no circuncidado, en muchas sociedades no podría nunca esculpir una máscara o una estatua. Podría, quizás, fabricar muy bellos objetos, quizás bellas máscaras y estatuas para los turistas, pero nunca podría crear una “máscara ritual” o una estatua “receptáculo de los antepasados o de las divinidades”. Es innegable que cualquier objeto fabricado artesanalmente por un africano, cualquiera que sea el país, y que reúna las cualidades estéticas indispensables, es un objeto de arte africano. Y, si además, ha sido fabricado para ser utilizado por su pueblo en ceremonias lúdicas o religiosas o para uso doméstico entra dentro de la definición de obra auténtica del arte africano. Sin menospreciar las maravillas de las que son capaces algunos artistas modernos he creído necesario hacer esta puntualización.
A lo largo de todas estas páginas, cuando hablemos de África, de sus artes, de sus tradiciones, creencias y costumbres, hablaremos siempre del África tradicional, es decir del África de los antepasados y, por consiguiente, de las sociedades animistas en las que se ha desarrollado este arte en torno al culto a los antepasados y al de la madre tierra.
Igualmente, he de decir, en este preámbulo, que el hablar de “arte africano”, así, generalizando, es una aserción de difícil justificación. Es como decir arte europeo. ¿Existe algún estilo de arte con este nombre? Al emplear esta expresión, conscientemente, estoy empleando parámetros europeos, precisamente esos parámetros y criterios que he censurado en párrafos anteriores. Un Bakaya del Congo se diferencia tanto de un Peul de Mali como puede diferenciarse un portugués de un finlandés. Sin embargo, hay algo indefinible que da una impronta africana a estas obras de arte. Cualquier persona es capaz en nuestros días de identificar como africanos estos objetos, vengan del país que provengan. A esta identidad común el arte africano impone una estética común por grande que sea la diversidad de este arte, cuyo estilo cambia de una etnia a otra. Además, la propia expresión “arte africano” es un invento occidental, una acuñación occidental. Hasta el momento en que el “hombre blanco” descubrió estas “artes” el artista africano jamás pensó en crear objetos de arte, aunque en realidad lo fueran, sino en crear objetos rituales o utilitarios.
El arte africano no busca el arte por el arte. Además. El artista africano nunca pretendió hacer una obra de arte. Sus cánones y principios eran distintos de los nuestros. Los primeros objetos traídos a Europa por los viajeros que lograban regresar de África fueron considerados, por muy artísticos que ahora los veamos, como algo curioso o, a lo más, exótico y guardados y expuestos en “gabinetes de curiosidades” Pero no como arte. ¿Cómo iba a ser considerado como arte, si hasta bien entrado el siglo XX los africanos eran exhibidos en jaulas en las exposiciones universales europeas y en los zoológicos de las grandes ciudades? Es a partir de los primeros estudios realizados por etnólogos como el alemán Leo Frobenius, o los franceses Marcel Griaule o Michel Leiris o las primeras tomas de contacto por artistas europeos como Braque, Derain, Picaso, Modigliani o Wlaminsky e intelectuales de la talla de Apollinaire o Malraux y otros grandes hombres de principios del siglo XX que quedaron subyugados por las obras de estas gentes, y coleccionaron e imitaron sus formas, cuando se inicia una corriente en Europa de aceptación del arte africano y que éste empieza a ser considerado como arte.
Y, gracias a ellos, afortunadamente hoy, las “curiosidades exóticas” fabricadas por los “salvajes”, como se les llamaba hasta ese momento, han sido consideradas obras de arte y se les ha hecho justicia introduciéndolas en los museos más importantes del mundo: el Dapper, Tervuren, el Louvre, el British Museum, el Museo de Arte africano de Nueva York y tantos y tantos museos a lo largo del mundo -excepto en España, que no cuenta sino con una pobre sección en el Museo Antropológico Nacional y el pequeño pero meritorio museo de los PP.Combonianos en Madrid. En los últimos años van surgiendo algunos pequeños museos particulares, siempre sin ningún apoyo oficial. Afortunadamete los museos etnográficos que no dejan de florecer por todas partes, concediendo una plaza de excepción al parisino museo del Quai Branly que acoge todas las artes extraeuropeas. Pero absurdamente algunas obras se han hecho famosas no por su autor sino por el nombre de los coleccionistas que las han poseído.
El “arte africano” es por lo tanto un concepto europeo. El artista africano nunca pretendió hacer objetos de arte, nunca persiguió una finalidad estética. Sus obras tenían siempre un sentido práctico, como los espantamoscas o los diversos utensilios, ritual como las máscaras y las estatuas de madera, mágico como los fetiches, o significar el prestigio y el poder como las placas de bronce de Benin, los bastones, las pipas o los taburetes. Una simple cuchara tiene un valor ritual o un sentido religioso y social, una muñeca no es simplemente un juguete sino, con frecuencia, una garantía de fertilidad y de fecundidad, como las muñecas ashantis, fantis o namjis. La función religiosa está casi siempre presente en la mayoría de las manifestaciones del arte africano.
El escultor negro va de la idea de Dios, aunque jamás le represente, o del antepasado a la figura que le materializa. El poeta, senegalés universal, Léopold Sédar Senghor calificaba las civilizaciones del África Negra como civilizaciones de la idea encarnada. El arte africano es una participación sensible de la realidad que sostiene el universo y, de una manera más concreta, de las fuerzas vitales que animan el universo.
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Otra puntualización es que cuando hablamos de arte africano, nos referimos al arte del África negra y particularmente al proveniente de todo el arco atlántico, más los países del Sahel, África central y Tanzania, que son las zonas exponenciales de la etnografía artística del África negra y alguna otra puntual, en las que puede decirse que existe un arte más estructurado.
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La clasificación de algunos de los objetos o de los capítulos que figuran en esta pagina web podrá parecer arbitraria y efectivamente lo es. Arbitraria desde el momento en que se ha tratado de una libre elección. Es muy difícil en muchos casos ubicar una pieza de arte africano ya que puede ser catalogada indistintamente en distintas secciones. Un personaje montado a caballo puede ser catalogado como figura ecuestre o como objeto de adivinación. Si este personaje es una madre con un niño en la espalda podría ubicarse en la sección de maternidades. Una máscara puede ser utilizada en los ritos de iniciación, ceremonias fúnebres o en las festividades agrarias y lo mismo ocurre con muchos objetos. Los objetos africanos no pueden, por consiguiente, ser clasificados en compartimentos estancos. Hemos procurado que una parte no desmerezca de la otra y que en su conjunto ofrezcan una visión más o menos completa de lo que puede representar el arte africano para un occidental, sabiendo que todas las figuras expuestas en museos y exposiciones o las fotografías de libros y catálogos presentan sólo un aspecto muy limitado y deformado de lo que es al arte africano, ya que para apreciarlo y comprenderlo en su verdadera dimensión hay que verlo en su lugar de origen y durante el culto, rito o espectáculo público para el que se crearon, rodeadas de un mundo de comparsas, máscaras ataviadas, danzantes y músicos, en un ambiente rico en colorido, de ruidos, de silencio y de trances. Estos son los criterios que han guiado nuestra clasificación.
Hemos optado, por presentar tres partes distintas:
- El arte real que corresponde a todo lo que rodea el mundo de la corte y del poder.
- El arte vital o todo lo referente al mundo de los vivos, es decir, lo necesario para la existencia y la subsistencia.
- El arte ritual, o todo lo concerniente al mundo de los difuntos y de los espíritus.
Jesús Arrimadas Saavedra